domingo, 29 de agosto de 2010

¿CÓMO APRENDEN LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS?


Mag. Armando Mera Rodas
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas


Una de las preocupaciones permanentes de los profesores y autoridades universitarias es que nuestros alumnos se formen lo mejor posible.

Esperamos como es lógico los mejores resultados, los mejores logros, que sirvan como indicadores de satisfacción de nuestro trabajo. Sin embargo, tan pronto como vamos midiendo el avance y el rendimiento, a través de las evaluaciones que constituyen instrumentos de medición del aprendizaje, nos encontramos con resultados poco halagadores. Como autorreflexión y autocrítica damos paso a revisar nuestro quehacer profesional, nuestras prácticas, nuestra didáctica en las clases, etc., y no siempre encontramos las razones a estos fracasos. En lo sucesivo nos volvemos más exigentes, ponemos énfasis hasta el cansancio a nuestros alumnos que estudien, pero poco avanzamos en los resultados.

Al menos teóricamente los profesores sabemos lo que los estudiantes deben hacer: estudiar y aprender, esta meta teórica también ellos lo tienen, sin embargo, lo que no está claro para nosotros y para nuestros alumnos es respecto al cómo hacerlo. Esta actitud de haber abandonado el cómo, no es un problema exclusivo del aprendizaje, pues es un problema arraigado en casi todos los ámbitos de la vida. Así por ejemplo, todos exigimos a los universitarios que estudien, que investiguen pero muy poco les mostramos el cómo deben hacerlo. A los padres se nos exige que seamos los mejores pero nadie nos ha enseñado el cómo y ni siquiera se toma tan en serio, pese a la situación precaria en que nos encontramos ante la falta de calidad en la formación universitaria. De los gobernantes se espera que nos dirijan lo mejor posible pero cómo si antes nadie les ha mostrado el modo de hacerlo, no se les ha formado, no se les ha preparado, no se les ha brindado pautas teóricas, ni practicas para hacerlo. Pareciera que en cuestiones importantes todo habría que irlo aprendiendo a través del ensayo y el error.

Sin embargo, no basta replantear sólo nuestras prácticas, sustituir por otras nuestras metodologías y experimentar otras nuevas y volvernos más exigentes y hasta verdugos como nos llaman anónimamente nuestros alumnos; en el proceso enseñanza – aprendizaje, que tiene como fin la formación del estudiante, conviene, sobretodo y de manera seria, fijar nuestra atención en el sujeto principal de este proceso, para descubrir si aprende y cómo aprende ya que él constituye el protagonista del aprendizaje autónomo. El estudio y el aprendizaje son procesos que exigen de la persona que lo cultiva, el despliegue y el concurso no solamente de sus facultades cognoscitivas sensibles e intelectuales sino también del concurso de sus facultades apetitivas sensibles y espirituales.

Por esta razón y en aras a aquietar y superar en parte mi preocupación, después de los resultados poco halagadores de muchos de mis estudiantes, me he propuesto investigar y observar al protagonista del aprendizaje y al hacerlo he notado dos cuestiones centrales, que estoy seguro son compartidas por la mayoría de estudiantes universitarios que tienen rendimiento deficiente y que tenemos que intentar superarlas con urgencia. Su descuido constituirá el fracaso y la pérdida de rumbo en los propósitos de la propia universidad.

La primera cuestión detectada es que en muchos universitarios se ha dado – lo que llamo – simplificación o reduccionismo en los procesos del aprendizaje. Así, unos estudiantes escuchan y escriben la clase que les estamos explicando; o miran y escriben lo que les estamos presentando visualmente y luego tratan de fijar lo que han escrito en una o dos “amanecidas” antes del examen. Para estos alumnos la vida universitaria consiste, en el mejor de los casos, en asistir para recoger información en los cuadernos. Otros prefieren el proceso más corto: sólo escuchan o miran pero ya no escriben. En tanto otros, optan por lo más simple: sólo escuchan, y habría que constatar si lo hacen. Finalmente otros ya ni siquiera a esto aspiran: se entretienen, conversan, desvían su atención mientras la clase se realiza y a veces hasta prefieren ya no asistir a ella. Siendo la conclusión que sólo unos trabajan y realizan un aprendizaje universitario auténtico.

Ante esto, los docentes universitarios hemos de esforzarnos y preocuparnos de que los estudiantes en cada uno de los encuentros o sesiones focalicen y desplieguen todas sus facultades o potencialidades indicadas. Para ello hemos de garantizar una triple “E” en el proceso del aprendizaje: escuchar, entender, escribir y, finalmente como nos sugieren los expertos, repasar para fijar o retener lo aprendido. Si garantizamos esto durante la clase, entonces el estudiante saldrá de ella satisfecho y portando nuevos conocimientos, caso contrario ni del título de la clase se acordará. Probablemente esta forma de trabajo nos lleve un poco más de tiempo, pero valdrá la pena.

La segunda cuestión se refiere a lo que los estudiantes llaman tiempo libre. Efectivamente la universidad programa los horarios de las clases teniendo en cuenta que el estudiante debe desplegar parte de su tiempo al estudio y a la investigación fuera del horario de clase. Por esta razón que les facilita asignándoles horas libres para que los estudiantes programen en ellas actividades como: investigación, revisión de la bibliografía considerada en los sílabus, profundización y ampliación de las clases, estudios previos a la clase, trabajos en grupo, preparación de ensayos, de artículos, estudio y repaso de las clases, entre otras actividades propias de un estudiante universitario.

Ahora bien, muchas veces cuando he sugerido a muchos estudiantes que me presenten su horario de trabajo para poder orientarles en sus actividades académicas, en el mejor de los casos me presentan el horario de clases de la universidad pero no su propio horario. Otros ni siquiera tienen a la mano el horario universitario, menos el propio. Y una gran mayoría, cuando les encontramos perdiendo el tiempo por los pasadizos, la cafetería, las escaleras, o fuera de las aulas y les preguntamos si no tienen algo mejor que hacer nos contestan que no tienen clase y que tienen “libre”

En estos espacios vacíos y sin hacer nada prende el aburrimiento, la pérdida de tiempo, el vicio, los juegos electrónicos, el chat, el trago, ofensas a su propio cuerpo, y como consecuencia el fracaso.

¿Que hacer frente a dicha situación? Ayudar a los estudiantes para que formulen su horario de trabajo de lunes a viernes y en ambos turnos, llenando sus espacios libres con actividades propias de la vida universitaria tal como hemos descrito. Con esta forma de trabajo capacitamos y habituamos a los universitarios con el entrenamiento para la vida laboral a través de un mínimo de ocho horas de trabajo diarios y de lunes a viernes. Sólo así el universitario se sentirá ocupado durante la semana y no necesitará tiempos adicionales ni amanecidas para cumplir con sus responsabilidades universitarias. Y lo más resaltante contará con los sábados y domingos para dedicar a su familia, sus amigos, sus hobbies, sus actividades religiosas, deportivas, etc. Este es, a mi juicio, el camino del éxito y del criterio universitario. Felizmente muchos alumnos excelentes han decidido transitar esta ruta propuesta. Para los otros, el reto queda planteado.

1 comentario:

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